1. Intenciones y agradecimientos del autor




"Vosotros, pues, sed santos como es santo vuestro Padre celestial"
Evangelio de San Mateo. Capítulo 5

"Nos quedamos removidos, con una fuerte sacudida en el corazón, al escuchar atentamente aquel grito de San Pablo: ésta es la voluntad de Dios, vuestra santificación. Hoy, una vez más me lo propongo a mí, y os recuerdo también a vosotros y a la humanidad entera: ésta es la Voluntad de Dios, que seamos santos"
San Josemaria, Amigos de Dios, Hacia la santidad, Cap. 18 -294

"Si aspiramos a la santidad, vamos bien, a pesar de nuestros defectos e imperfecciones. Pero si no procuramos la santidad, definitivamente no vamos bien"
Siervo de Dios Luis María Etcheverry Boneo


Hay en los personajes de las obras de William Shakespeare una secuencia de reflexiones a través de las cuales expresan cuán presente tienen  la conciencia del bien y del mal, de la virtud y del pecado, y de la salvación. En la famosa afirmación de Hamlet a Horacio: "Hay más cosas en el cielo y la tierra, Horacio, que las soñadas en tu filosofía",  [1] está encerrado el mundo sobrenatural al que se nos abren las puertas y que completa la parte profana de las historias.

Sobre esta materia trata este breve ensayo, que irá agregando ideas que irán surgiendo como ramas del mismo tronco. Conforme uno avanza por el camino de la existencia terrenal, se va teniendo la sensación de ir ascendiendo a una montaña o navegando hacia una costa. Al ascender vamos superando accidentes y recorriendo terrenos de diferente dificultad, con la mirada en la cumbre. En la navegación, vamos experimentando las inclemencias del tiempo, siempre con la esperanza de que vamos a encontrarnos con Jesús en la orilla, como los primeros discípulos al finalizar su travesía nocturna. [2]

Creemos que la lectura de Shakespeare "en clave de santidad" puede ser de utilidad como ayuda para llegar a esa cumbre que Dios ha pensado para cada hombre y mujer sobre la tierra. Ojalá que el mismo Bardo haya pensado en algo así, siguiendo las instrucciones dirigidas a todo fiel seguidor: "Así nos ha ordenado el Señor: Yo te he establecido para ser la luz de las naciones, para llevar la salvación hasta los confines de la tierra" [3]

Mientras nos acercamos a la Luz Verdadera, superando los accidentes del camino,  procuramos que nuestras obras sean "hechas en Dios", cada uno según su propia misión.  

Como afirmara Benedicto XVI," «cada uno encuentra su propio bien asumiendo el proyecto que Dios tiene sobre él, para realizarlo plenamente: en efecto, encuentra en dicho proyecto su verdad y, aceptando esta verdad, se hace libre (cf. Jn 8,32)»[4]. La verdad de cada uno es una llamada a convertirse en el hijo o la hija de Dios en la Casa Celestial: «Porque ésta es la voluntad de Dios: tu santificación» (1Tes 4,3). Dios quiere hijos e hijas libres, no esclavos. En realidad, el “yo” perfecto es un proyecto común entre Dios y yo. Cuando buscamos la santidad, empezamos a reflejar la verdad de Dios en nuestras vidas. El Papa lo dijo de una forma hermosísima: «Cada santo es como un rayo de luz que sale de la Palabra de Dios» (Exhortación apostólica "Verbum Domini")." (Fr. Damien Lin Yuanheng).

Todo lo que sucede o lo que existe en este mundo tienen una causa y un destino, un origen y un fin. Si se abandona la búsqueda y la comprensión del verdadero sentido de la vida y de la acción humana, cualquier cosa pasa a constituirse en un sustituto del origen o del destino de la actividad del hombre, y cualquier visión e interpretación del mundo pasa a tener la misma validez empírica. Los medios pasan a ser fines, y es así que el materialismo, el secularismo y el relativismo han ido impregnando el marco normativo que rige nuestras vidas individuales y el que informa al derecho positivo o al consuetudinario. De este modo se han dificultado las formas civilizadas de convivencia y se tiene a menudo la sensación de estar viviendo en una especie de Babel donde la diversidad de interpretaciones a las que se les atribuye el mismo valor dificulta la posibilidad de construir un futuro sobre bases comunes, y la propia inserción de las personas, las familias y las comunidades queda desenraizada de la realidad cósmica y de la “economía de la salvación”.

Cuando en el marco de la dirección espiritual se me invitó a escribir sobre Shakespeare,[5] un tema que no es en absoluto mi especialidad, se puso en marcha mi imaginación. El estímulo de la hoja en blanco fue imposible de resistir para “el argentino que llevo adentro”, experto en “todología” como tantos. Comencé simplemente tratando de elaborar un escrito para renovar el interés por este escritor clásico, con un enfoque más espiritual que literario, compatible con mis posibilidades y con el entorno de la invitación. Pero con el transcurso de los meses, con la profundización en el análisis de los textos fue surgiendo una humilde y pretenciosa intención: “hacer pié" en el clasicismo de Shakespeare para –con su ayuda-intentar contagiar al lector con lo que quiero para mi vida: que esta tenga un sentido en un marco trascendente, permanecer "bien ubicado y alineado" en el mundo, intentar descubrir, cumplir con la misión que me sea asignada hasta el final, y luchar por la salvación... y por la santidad.

Así pues, a quien se interese a leer a Shakespeare pensando en la santidad, quiera Dios que alguna idea de las aquí esbozadas le sirva, como me ha servido a mí el meditar y escribir.

“Veo el bien y lo apruebo, pero hago el mal”…

Todos hacemos elecciones erróneas, como Macbeth. Pero más importante que el “error” es que hacer el mal es contraria a lo que Dios quiere. Cuando se dice que el pecado es solo un error, habitualmente lo que se intenta es minimizar las faltas cometidas. En realidad, es mucho más que un error: es una ofensa a un Dios que se encarnó, sufrió y murió en una cruz, precisamente a causa de un pecado y de todos los pecados cometidos y por cometerse hasta el fin de los tiempos.

Todos recorremos el camino de la vida llenos de angustias y certezas, de dudas y convicciones, de muchas omisiones y menos acción, de apariencias y realidades, de rencores y deseos de justicia, de desordenadas ansias de protagonismo, de muchas imperfecciones, como Hamlet. Pero si confiamos como él en la Providencia como el origen y el fin de nuestra existencia, y como fuente de sentido de toda acción en el camino de la salvación, con la convicción que transmitía Isaías, "sucederá al fin de los tiempos que la montaña de la Casa del Señor será afianzada sobre la cumbre de las montañas y se elevará por encima de las colinas. Todas las naciones afluirán hacia ella y acudirán pueblos numerosos, que dirán: « ¡Vengan, subamos a la montaña del Señor, a la Casa del Dios de Jacob! El nos instruirá en sus caminos y caminaremos por sus sendas.» "  [6]

El ascenso que todos vamos haciendo en el tiempo, terminará cuando este se transforme en inmortalidad. Nuestro punto de encuentro será la misma cumbre, aunque cada experiencia sea diferente y única, como cada vida humana, pensada individualmente desde la eternidad y para la eternidad.

Doy gracias a Dios por haberme permitido llegar hasta aquí y a William Shakespeare por hacerme llegar nuevas perspectivas a través de los siglos. Especiales gracias a la generosidad de Monseñor Mariano Fazio que me impulsó a escribir, y que dedicó con muchas horas valiosas de su tiempo ayudándome a depurar un farragoso original lleno de “digresiones”, y de mi amigo Gabriel Sánchez Zinny que me ayudó a terminar este trabajo. Pido anticipadas disculpas por la osadía técnica de lanzarme a escribir este ensayo, especialmente a quienes verdaderamente se hayan dedicado con mayor profesionalidad al conocimiento de este autor, y asumo como propio cada error que pudiera encontrarse en el mismo.  

Dedico estas líneas a la memoria de mi querido hermano Fernando con quien conversamos hasta su final los temas que aquí se tocan; y a mi hija Marie, mi yerno  Thibault, y sus hijos Paul, Hélie, Michel, André y Marguerite.



[1] Hamlet 1.5.167-8
[2] “al amanecer Jesús estaba en la orilla”
[3] Libro de los Hechos de los Apóstoles)
[4]  Encíclica "Caritas in Veritate"
[5] Soy solamente un lector y escritor “amateur” (“El liderazgo de Shackleton”), habiendo escrito solo breves ensayos como “El Dante de Benigni” y una breve biografía sobre Solzhenitsyn
[6]  Lectura del libro del profeta Isaías 2, 1-5

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